Cuenta la leyenda que había una vez una pequeña planta de vainilla que crecía en la selva tropical. Esta planta era tímida y humilde, pero tenía un talento único: producía las flores más aromáticas y dulces de todo el bosque.
A diferencia de otras flores vistosas y coloridas, la flor de la vainilla era discreta y modesta. Sus pétalos eran de un blanco puro y sus formas simples se escondían entre la densa vegetación. Pero cuando se abría, emanaba un aroma tan embriagador que se podía percibir a kilómetros de distancia.
Sin embargo, la flor de la vainilla también era muy tímida. Rara vez se mostraba en todo su esplendor. Prefería ocultarse entre las hojas y esperar pacientemente a que alguien la descubriera. Solo aquellos con una sensibilidad especial podían apreciar su fragancia y valorar su delicadeza.
Un día, un chef aventurero llegó al corazón de la selva en busca de nuevos sabores para sus creaciones culinarias. Mientras caminaba por el denso follaje, captó un suave aroma que lo envolvió. Siguió la fragancia y finalmente descubrió a la modesta flor de vainilla. Fascinado por su belleza y el olor embriagador, el chef decidió llevar consigo algunas vainas de vainilla para utilizarlas en sus postres. Con cuidado, recolectó las flores y las transformó en una exquisita esencia que añadiría a sus recetas más especiales.
Desde ese día, la flor de la vainilla se convirtió en un ingrediente apreciado en la repostería. Aunque seguía siendo tímida y humilde, su presencia en cada postre era inconfundible. El chef la combinaba con otros ingredientes, resaltando su dulzura sutil pero poderosa. La flor de la vainilla se convirtió en un símbolo de exquisitez y elegancia en el mundo de la repostería. Aunque seguía siendo modesta y se escondía entre las sombras, su esencia se difundía por todas partes, dejando un rastro de dulzura en cada bocado.
Y así, la tímida y humilde flor de la vainilla encontró su lugar en el mundo de la cocina, recordándonos que a veces las cosas más valiosas se encuentran en los lugares más ocultos, y que su modestia no resta ni un ápice de su grandeza.
A veces no nos atrevemos a dar el paso a situaciones por “y si, y sí” y preferimos estar en la sombra como la flor de la vainilla. Somos como las flores que necesitamos salir a la luz.
¿Te animas a que se vea esa flor tan linda que eres?
Te leo con dulzura